La idea fue de Pablo (Ciriaco, para los de Burguillos) y, sin lugar a dudas, fue un gran acierto. El vino estaba buenísimo y nos quedamos sin botellas. Aunque alguno lo guarde de recuerdo, que no le importe bebérselo, que el año que viene, si Dios quiere, embotellaremos otra tirada (a ser posible, de la tierra).
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