Por fin llegó el día. Sábado, 30 de enero de 2016. Nos habíamos visto obligados a cambiar nuestra habitual fecha de celebración de la romería de San Blas (normalmente, el sábado posterior a su festividad), debido a que, este año, se adelantaban los carnavales, conforme al calendario que, año a año, marca la Cuaresma. A pesar de las buenas previsiones meteorológicas, el viernes llovió mucho por la tarde y temimos por el estado del camino a la ermita y también que el día se viera afectado y no fuera tan bonancible como se preveía.
La mañana amaneció con una ligera humedad en el ambiente, los suelos mojados y una leve bruma en el horizonte. Bruma que, sin embargo, dejaba entrever un cielo despejado que nos hizo albergar las mejores esperanzas. La temperatura era agradable y no corría ni una brizna de viento, ese fiel e incomodo acompañante de la romería en años anteriores. Poco a poco, el sol comenzó a elevarse y la mañana fue adquiriendo las características propias de un día de primavera con el que todos habíamos soñado y que por fin, al cabo de seis años y, para nuestro regocijo, se había decidido a hacer acto de presencia.
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