El patio de entrada a la ermita de San Blas presenta un pavimento
empedrado, a modo de mosaico decorativo que, como si de una alfombra se tratara, nos conduce (en suave pendiente) en dirección a la puerta del templo. Este solado está formado de guijarros pequeños, tanto en su tonalidad natural, como combinados con otros de color blanco, para formar los motivos geométricos que le adornan (triángulos, cuadrados, rombos y semicírculos). Representa un dibujo de difícil interpretación; desconociéndose si el diseño obedece a una
determinada simbología o a un mero capricho decorativo del artista popular que se encargara de su ejecución.
En su momento, delimitaba claramente el acceso a la ermita, desde la puerta exterior del recinto que la rodeaba, de lo que eran las dependencias y patio del camposantero del cementerio (derecha), y la vivienda y patio del ermitaño o santero de la ermita (lado izquierdo).
En su momento, delimitaba claramente el acceso a la ermita, desde la puerta exterior del recinto que la rodeaba, de lo que eran las dependencias y patio del camposantero del cementerio (derecha), y la vivienda y patio del ermitaño o santero de la ermita (lado izquierdo).
Se sabe que la costumbre de incorporar empedrados decorativos en construcciones religiosas e incluso en los zaguanes de los palacios y de las casas solariegas, fue muy común durante el barroco, época en la cual fue reconstruida la ermita. También, que esta técnica para engalanar el pavimento era más propia de zonas rurales, puesto que en el medio urbano se utilizó más el adoquinado con bloques de piedra mayores y de corte regular.
Durante muchos años, este empedrado permaneció oculto bajo una capa de tierra, hasta que, en la década de los años setenta, fue descubierto de nuevo, por iniciativa del entonces párroco titular de Burguillos de Toledo, recuperando así el entorno, su aspecto original.
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