sábado, 11 de mayo de 2019

El legado de Justino

Hace unos meses que nos dejaba Justino, vecino entrañable de este pueblo que vivía en una casa de la calle Caño. Detrás de esta ventana pasaba el día, sentado en una esquinita y observando las subidas y bajadas de los coches y de los vecinos, o las bondades e inclemencias del tiempo. Apoyado en su bastón y protegido por una gorra de visera, algo encorvado, subía varias veces hasta la plaza para comprar el pan, tomarse el chatito de vino, el café de la sobremesa o alguna que otra para comprar tabaco. Con todo el mundo hablaba. Para todos tenía un chascarrillo, una broma o una ocurrencia no exenta de alguna expresión propia de él. Todo el mundo le quería y todos le sacaban una pequeña conversación sólo por el placer de oírle.

Todos los años, llegadas las fiestas, agarraba el programa de la hermandad (ya fuera la del Cristo o la de las mujeres) y lo colgaba en la reja de esa ventana en la que pasaba horas y horas observando el exterior. Al año siguiente los sustituía por los actuales y así durante años; y la verdad es que durante largo tiempo soportaban los rigores del otoño o del invierno expuestos a todo el que pasaba.

Hoy esa ventana está cerrada, con la persiana bajada y sólo sus flores y el programa del Cristo del año 2018 permanecen impertérritos recordando su memoria.

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