Uno de los árboles más representativos y simbólicos de nuestro municipio y, en este caso, uno de sus ejemplares más longevos, languidece lentamente ante la falta de lluvias que le permitan volver a nutrirse de este elemento tan esencial para la vida. No es el único caso. La mayor parte de los almendros del término que no están siendo cultivados y cuidados por la mano del hombre, es decir, los que crecen libremente y que en su día se plantaron para la separación de las lindes, están sufriendo ya los efectos de la sequía de una manera muy significativa. A pesar de su resistencia a temperaturas adversas, la falta de agua puede acabar con muchos de ellos si no recibimos las primeras lluvias del otoño en breve espacio de tiempo. A la imagen de las ramas ya desnudas que comienzan a asomar en las copas de estos árboles, se suman las pocas hojas que aún quedan por caer, amarilleando por la falta de agua y no por la llegada del otoño.
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