Nos dirigíamos hacia la ermita cuando aún no despuntaban ni los primeros rayos de sol. Había que montar todo lo que teníamos preparado y organizado desde hace días, pero el cielo aparecía ligeramente encapotado. La temperatura era algo fría y las previsiones de un día soleado no parecían cumplirse a primera hora de la mañana, por lo que todo era una incógnita por descifrar. Al menos, el molesto viento de otros años parecía no acompañarnos de momento.
Poco a poco la claridad comenzó a hacerse más patente y el cielo empezó a mostrar un tono azul intenso por encima de unas nubes que comenzaban a dispersarse cuál ligeros algodones.Ya habíamos colgado los pendones de los huecos de las campanas, por lo que al mirar hacia arriba pudimos contemplar que aquello parecía tender a aclararse, aunque tampoco ofrecía muchas garantías.
Sin más preámbulos continuamos con nuestras tareas para engalanar la ermita y montar los preparativos para el refresco y el reparto de la limonada. Este año, como novedad y en vista de que el cementerio ya queda aislado del patio de ermita, colgaríamos los tradicionales banderines con la enseña española que ondean en todas las verbenas y fiestas que se celebran a lo largo y ancho de la geografía nacional. O en cualquiera de las romerías toledanas, como la de la Virgen de la Guia, la de la Cabeza, la Virgen del Valle, etc.
Y así, sin darnos cuenta, fue saliendo el sol. El cielo se tornó azul intenso y la ermita empezó a ofrecer un aspecto de fiesta grande, por lo que Pedro y Miguel Angel se aprestaron a lanzar los primeros cohetes para que en el pueblo la gente comenzara a desperezarse.
Los demás, mientras tanto, ocupados en el resto de labores, no paraban ni un momento. Ya no quedaba mucho tiempo para perder, pues la salida de la procesión se iba aproximando, aunque hubo quien fue capaz de hacerse un hueco para tomar el primer refrigerio...
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