En respuesta al artículo publicado por nuestro admirado y respetable Eduardo Sánchez Butragueño (ABC, 2/9/2021), entiendo que no se han analizado convenientemente otras circunstancias que me hacen disentir de algunas acusaciones que vierte en el mismo, responsabilizando al urbanismo de Burguillos de Toledo y del resto de poblaciones del área metropolitana de Toledo, de los desastres causados por la pasada DANA (depresión aislada en niveles altos). Más concretamente de los daños e inundaciones sufridos en el barrio de Santa Bárbara y su paseo de la Rosa.
Entiendo que las mismas se hacen desde el fundamento y los conocimientos que le otorgan su condición de Licenciado en Ciencias Ambientales e Ingeniero Técnico Agrícola. No pongo en duda la base de sus argumentos ni la calidad del desarrollo urbanístico de las localidades que forman el cinturón metropolitano, pero de ahí a que esa sea la única causa y que, además, dichas actuaciones hayan supuesto un agravamiento de las consecuencias de este último episodio climatológico, creo que hay un largo trecho.
Le sugeriría que revisara alguna de las entradas de su blog. Por ejemplo, la relativa al convento de San Gil (o de "Gilitos), publicada el 8 de diciembre de 2018. En ella aclara que la orden fundadora de este convento llegó a Toledo en el año de 1557, instalándose no muy lejos de la Huerta del Rey, junto al arroyo de la Rosa. Aclara que allí tuvieron muchos problemas de insalubridad por las crecidas del arroyo y cita textualmente que sufrieron nada más y nada menos que cinco inundaciones entre 1576 y 1604, motivo por el cual finalmente decidieron trasladarse al interior de la ciudad.
Y si de inundaciones se trata, podríamos seguir detallando todas las que posteriormente se fueron sucediendo en el tiempo, siempre con el arroyo de la Rosa como protagonista. Todas ellas documentadas y citadas por diversos cronistas y en diferentes medios, lo cual demuestra que esta zona ha sido inundable desde hace muchas centurias, sin que por ello haya tenido nada que ver en ello la acción del hombre.
No se ha tenido en cuenta, a mi entender, que tanto el arroyo de la Rosa como el de la Degollada -y otros de menos entidad que llegan a Toledo por diferentes puntos, para desembocar en el Tajo-, son vaguadas naturales por las que apenas circula una lámina de agua, pero que, ante acontecimientos extremos cómo esta última DANA, no sólo recogen el agua de lluvia de numerosas vertientes, sino también el lodo y los restos que tan enormes cantidades de precipitación arrastran a su paso. Como también lo hacen ciertas calles de la ciudad, como la bajada del Barco, que reproducen el comportamiento de estas vaguadas y canalizan riadas imprevisibles y del todo imparables.
Y cabría preguntarse, por tanto, qué planificado urbanismo decidió construir sobre el mismo cauce del arroyo de la Rosa un consultorio médico, diversas instalaciones deportivas (un pabellón polideportivo, una piscina y un campo de fútbol) y, ni más ni menos que un colegio. Literalmente encima del cauce, sí, que ahora discurre bajo tierra, demostrándose estos días que la canalización es insuficiente para absorber las crecidas que, como siglos atrás hemos descrito, intermitentemente se producen.
Le recuerdo que, junto con las crecidas del arroyo de la Rosa y el de la Degollada, también se produjo otra avenida no muy lejos del primero, en dirección al polígono industrial, justo antes del centro comercial Luz del Tajo, episodio que se repite al cabo de otros 4 o 5 años de otro similar. Los riesgos de pérdidas humanas fueron más que evidentes, por afectar el agua a una vía de comunicación muy concurrida y sin salidas, también fruto de un urbanismo que debería haber previsto esta circunstancia. El origen de ese tropel desenfrenado no procedía de ningún pueblo de los que cita, ni de lugares modificados urbanísticamente, sino de una zona de monte que siempre estuvo ahí. Y como dice el Ministerio de Transición Ecológica, ante un torrente de lluvia como el del pasado 1 de septiembre, ni la limpieza de cauces es la solución, pues eliminar la vegetación de las riberas propicia más arrastre de barro y más fuerza en el agua de las riadas.
Que tal cantidad de agua fuera absorbida infiltrada en el terreno también habría sido una labor que se antoja difícil, viendo lo que históricamente nos cuentan las crónicas de episodios similares, cuando aún estos pueblos no habían visto crecer su población como lo han hecho desde este pasado siglo.
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