En Burguillos, Aldea de Toledo, distante una legua de aquella
insigne ciudad, por los años de mil y seiscientos y nueve, vivía un Sacerdote ejemplar,
el cual rezaba el Rosario de Nuestra Señora tres veces al día. Deseaba
grandemente dar su vida por la Fe Católica, padeciendo martirio por su amor a
Dios.
Salió una vez al campo y tuvo una visión en la que se vió
atado a un madero y que una lluvia de flechas se clavaban en su cuerpo.
Asombrado del suceso, se volvió a su casa y consultó el caso con un Caballero
muy espiritual, a quien servía de Capellán; el cual, le advirtió que mirase
mucho por sí mismo y no saliese al campo sólo, porque el demonio deseaba hacerle algún mal y no dejaría de
perseguirle.
Comunicó el Caballero el caso con un Religioso docto, de la
Compañía, el cual le dijo que le había aconsejado cuerdamente y le dio otros
consejos saludables para el gobierno de su alma.
No guardó su consejo
el Sacerdote tan puntualmente de que no saliese otra vez al campo sólo, y
comenzó a rezar el Rosario debajo de una peña. Se aprovechó entonces de esta ocasión el demonio y, tomando cuerpo humano,
semejante al del Caballero, se le apareció y le dijo: ¿Qué hace aquí señor? ¿Grandes ansias tendremos de
ser Mártir?
Respondió el Sacerdote que sí tenía, pero que no merecía él
tanto bien. Replicóle el demonio que si tanto lo deseaba, ocasión había
para serlo.
Respondió el Sacerdote que ¿cómo podía serlo si
estaban en tierra de Cristianos? Pues él estaba pensando irse a tierra
de Infieles para lograr su deseo.
No es menester ir tan
lejos (dijo el demonio), que más cerca hallaréis barro a la mano y modo de ofrecer la vida en
holocausto a Cristo.
¿Cómo puede ser eso? Dijo el Sacerdote. Y el demonio: Tomando por su amor la muerte
por sus propias manos, como lo hicieron Sansón y Santa Polonia, que se metió ella misma en el fuego por su propio pié.
Dudando mucho, y estando turbado el Sacerdote, le dijo: ¿de mí no se fía, que sabe lo
que le quiero y que le he aconsejado siempre lo que mejor le conviene? ¡Créame!,
y si tiene esos deseos, no pierda esta ocasión, ¡que es muy buena!. Cegóse el Sacerdote y permitiéndolo Dios, persuadióse que era
verdad lo que el demonio, en forma humana, le decía. Y, preguntándole cómo
había de ser este martirío, le dijo que se quitase el cíngulo de seda que traía
ceñido. Y, después de hacer un lazo, se
lo echase al cuello por una parte, y le diese la otra. Hízolo así. Y el demonio
se subió sobre una peña, y tiró fuertemente, procurando ahorcar al Sacerdote y
ahogarle. Más, no sin particular providencia de Dios y cuidado maternal de la
piadosísima Reina del Cielo, estaba el Rosario puesto en el mismo cíngulo.
Tiraba fuertemente el demonio, y viendo que no le podía
ahogar, comenzó a dar voces, diciendo: ¡Quítese ese Rosario! ¡Quítese ese Rosario, que no se
puede ser mártir, ni yo le puedo quitar la vida, mientras lo lleve encima!.
Entre estas voces de las tinieblas, quiso Dios que
resplandeciese la luz de su divino conocimiento, y que el
Sacerdote cayése en la cuenta por las cuentas del Santo Rosario, diciendo: vida que se dá por Dios, y es
impedimento el Rosario para la ejecución de ella, no debe ir bien dada, ni sería agradable a sus divinos ojos. Quitóse luego el lazo del cuello, y arremetieron a él una
gran tropa de demonios visibles en figuras humanas y pretendiendo ahogarle, le
apretaron la garganta con sus manos, y le dieron muchos golpes. El Sacerdote
invocó entonces, y llamó a la Madre de los afligidos, Señora Nuestra, y asi se
libró de ellos.
De la mejor manera que pudo, se fue a casa del Caballero, a
donde el Sacerdote vivía, y preguntándole aquél de donde venia, le dixo: Bueno es que me pregunte Vuestra
Merced ésto, habiéndome querido ahorcar y ahogar en el campo. Sin embargo, el Caballero, que había estado aquel dia
indispuesto, diezmada la espalda, y con visitas continuas en su casa, no había
podido salir de ella ni un momento. De
donde se dedujo claramente haber sido un embuste del demonio. El sacerdote
confesó su culpa y el engaño que había padecido, pidió perdón a Dios y dio
infinitas gracias a la misericordiosa Madre de Dios, que por la devoción de su
santísimo Rosario quiso librarle.
Este caso milagroso refirieron el Sacerdote, y el Caballero
en el Convento de San Pedro Martyr el Real de Toledo, al Presentado Fray
Cristobal de Torres. El cual, y el Caballero, con quien yo me he comunicado personalmente,
me testificaron en forma este suceso. Que doy por comprobado.
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