lunes, 15 de mayo de 2017

Relato 2017 (Parte II)

En Burguillos, Aldea de Toledo, distante una legua de aquella insigne ciudad, por los años de mil y seiscientos y nueve, vivía un Sacerdote ejemplar, el cual rezaba el Rosario de Nuestra Señora tres veces al día. Deseaba grandemente dar su vida por la Fe Católica, padeciendo martirio por su amor a Dios.

Salió una vez al campo y tuvo una visión en la que se vió atado a un madero y que una lluvia de flechas se clavaban en su cuerpo. Asombrado del suceso, se volvió a su casa y consultó el caso con un Caballero muy espiritual, a quien servía de Capellán; el cual, le advirtió que mirase mucho por sí mismo y no saliese al campo sólo, porque el demonio  deseaba hacerle algún mal y no dejaría de perseguirle.

Comunicó el Caballero el caso con un Religioso docto, de la Compañía, el cual le dijo que le había aconsejado cuerdamente y le dio otros consejos saludables para el gobierno de su alma.

No guardó su consejo el Sacerdote tan puntualmente de que no saliese otra vez al campo sólo, y comenzó a rezar el Rosario debajo de una peña. Se aprovechó entonces  de esta ocasión el demonio y, tomando cuerpo humano, semejante al del Caballero, se le apareció y le dijo: ¿Qué hace aquí señor? ¿Grandes ansias tendremos de ser Mártir?

Respondió el Sacerdote que sí tenía, pero que no merecía él tanto bien. Replicóle el demonio que si tanto lo deseaba, ocasión había para serlo.

Respondió el Sacerdote que ¿cómo  podía serlo si estaban en tierra de Cristianos? Pues él estaba pensando irse a tierra de Infieles para lograr su deseo.

No es menester ir tan lejos (dijo el demonio), que más cerca hallaréis  barro a la mano y modo de ofrecer la vida en holocausto a Cristo.


¿Cómo puede ser eso? Dijo el Sacerdote. Y el demonio: Tomando por su amor la muerte por sus propias manos, como lo hicieron Sansón y Santa Polonia, que se metió ella misma  en el fuego por su propio pié.

Dudando mucho, y estando turbado el Sacerdote, le dijo: ¿de mí no se fía, que sabe lo que le quiero y que le he aconsejado siempre lo que mejor le conviene? ¡Créame!, y si tiene esos deseos, no pierda esta ocasión, ¡que es muy buena!. Cegóse el Sacerdote y permitiéndolo Dios, persuadióse que era verdad lo que el demonio, en forma humana, le decía. Y, preguntándole cómo había de ser este martirío, le dijo que se quitase el cíngulo de seda que traía ceñido. Y,  después de hacer un lazo, se lo echase al cuello por una parte, y le diese la otra. Hízolo así. Y el demonio se subió sobre una peña, y tiró fuertemente, procurando ahorcar al Sacerdote y ahogarle. Más, no sin particular providencia de Dios y cuidado maternal de la piadosísima Reina del Cielo, estaba el Rosario puesto en el mismo cíngulo.

Tiraba fuertemente el demonio, y viendo que no le podía ahogar, comenzó a dar voces, diciendo: ¡Quítese ese Rosario! ¡Quítese ese Rosario, que no se puede ser mártir, ni yo le puedo quitar la vida, mientras lo lleve encima!.

Entre estas voces de las tinieblas, quiso Dios que resplandeciese la luz de su divino conocimiento, y que el Sacerdote cayése en la cuenta por las cuentas del Santo Rosario, diciendo: vida que se dá por Dios, y es impedimento el Rosario para la ejecución de ella, no debe ir bien  dada, ni sería agradable a sus divinos ojos. Quitóse luego el lazo del cuello, y arremetieron a él una gran tropa de demonios visibles en figuras humanas y pretendiendo ahogarle, le apretaron la garganta con sus manos, y le dieron muchos golpes. El Sacerdote invocó entonces, y llamó a la Madre de los afligidos, Señora Nuestra, y asi se libró de ellos.

De la mejor manera que pudo, se fue a casa del Caballero, a donde el Sacerdote vivía, y preguntándole aquél de donde venia, le dixo: Bueno es que me pregunte Vuestra Merced ésto, habiéndome querido ahorcar y ahogar en el campoSin embargo, el Caballero, que había estado aquel dia indispuesto, diezmada la espalda, y con visitas continuas en su casa, no había podido  salir de ella ni un momento. De donde se dedujo claramente haber sido un embuste del demonio. El sacerdote confesó su culpa y el engaño que había padecido, pidió perdón a Dios y dio infinitas gracias a la misericordiosa Madre de Dios, que por la devoción de su santísimo Rosario quiso librarle.

Este caso milagroso refirieron el Sacerdote, y el Caballero en el Convento de San Pedro Martyr el Real de Toledo, al Presentado Fray Cristobal de Torres. El cual, y el Caballero, con quien yo me he comunicado personalmente, me testificaron en forma este suceso. Que doy por comprobado.

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