Antes de la generalización actual de los animales de compañía y de las mascotas, el gato era un animal doméstico indispensable en las casas de los pueblos. No es difícil descubir la imagen de cualquier gato encaramado en una tapia, recorriendo los tejados o durmiendo plácidamente en las puertas de las casas, conformando estampas típicas de cualquier pueblo que se precie.
Antaño, los gatos cumplían una función esencial en las casas rurales, conviviendo con las personas en una simbiosis mutua. En otras épocas, en las que los granos y los frutos de las cosechas se almacenaban en las casas, el hombre se beneficiaba de su habilidad para cazar ratones, evitando que estos proliferaran donde no debían; al mismo tiempo, el gato obtenía protección, seguridad y, comida, cuando la de su medio escaseaba.
Por eso andaban libremente entre sus habitantes, de una casa a otra, andorreando por los corrales y trepando por las paredes. Libremente accedían a las cuadras, bodegas, cámaras y desvanes, donde localizar a sus presas y donde también encontraban protección y lugares recogidos, entre cajas, u otros enseres, para parir y criar, a resguardo, a sus numerosas camadas.
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